Si hablamos de black metal en El Salvador, es imposible no mencionar a Witchcraft y su legendario álbum homónimo lanzado en 1998. Este disco no solo marcó una era dentro del metal salvadoreño, sino que también dejó una huella imborrable en la escena underground de Centroamérica. Un trabajo que, capturó el espíritu de una época en la que hacer metal en el país era un reto titánico.
Desde su lanzamiento, Witchcraft fue recibido con entusiasmo por los fans más acérrimos del género. La producción con ese sonido crudo y visceral le dio un carácter especial que terminó convirtiéndolo en un disco de culto. Los seguidores del metal extremo lo acogieron con los brazos abiertos, y no pasó mucho tiempo antes de que el nombre de Witchcraft resonara en toda la región.
Los críticos de la época fueron algo más reservados. Si bien la mayoría reconoció la pasión y la entrega de la banda, algunos señalaron deficiencias en la producción y ciertos elementos que pudieron haber sido mejor trabajados. Sin embargo, lo que muchos coincidieron en destacar fue la intensidad de la ejecución, la autenticidad de su propuesta y la agresividad con la que cada tema era interpretado. Para un álbum debut, Witchcraft cumplió con creces su cometido: establecer a la banda como un pilar fundamental del metal salvadoreño.
Uno de los aspectos más interesantes del disco es su contenido lírico. No se anduvieron con rodeos: ocultismo, misticismo y una crítica feroz a la hipocresía religiosa y política de la época. Las letras no eran simples consignas rebeldes, sino que realmente buscaban incomodar, e incluso provocar. No faltaron los sectores conservadores que se sintieron ofendidos por el contenido del álbum, lo que solo ayudó a cimentar su estatus de obra controversial y subversiva.
Por supuesto, la polémica no se hizo esperar. En los años 90, la sociedad salvadoreña aún era extremadamente conservadora y cualquier banda que hablara de ocultismo era automáticamente catalogada como satánica. Witchcraft no fue la excepción, y rápidamente se convirtieron en blanco de críticas por parte de grupos religiosos y sectores moralistas que veían en su música una amenaza para la juventud. Incluso hubo rumores de censura en ciertos espacios, aunque esto sólo alimentó el interés en la banda y su material.
Más allá de la controversia, el legado de Witchcraft es innegable. Este álbum marcó el inicio de una carrera que influenció a varias generaciones de músicos dentro y fuera de El Salvador. Su sonido sinfónico dentro del black fue un referente para muchas bandas emergentes que buscaban abrirse camino en un entorno poco favorable para el metal extremo. Hoy en día, sigue siendo un disco respetado y apreciado, tanto por quienes vivieron su lanzamiento como por nuevas generaciones que descubren la brutalidad de su sonido y la honestidad de su mensaje.
Con el tiempo, Witchcraft se consolidó como una pieza clave en la historia del metal centroamericano. Puede que su sonido esté anclado a una época muy específica, pero su impacto es incuestionable. Es un álbum que se siente real, hecho con la sangre, sudor y rabia de músicos que solo querían hacer lo que amaban en un país donde eso no era nada fácil. Y eso, al final del día, es lo que lo convierte en una obra imprescindible para cualquier seguidor del metal latinoamericano.